Después
de que James Vicary introdujera la idea de los mensajes subliminales, muchos
más siguieron su ejemplo, experimentando con esta nueva y supuestamente
poderosa herramienta.
A lo largo de la década de 1960, el sicólogo neoyorquino Lloyd H. Silverman
publicó una serie de pruebas sobre los efectos de los mensajes subliminales en personas deprimidas.
Un grupo de la prueba miraba una foto en la que la frase "Destruye a la
madre" se proyectaba rápida y repetidamente en su superficie. Un segundo
grupo se expuso a la misma imagen, esta vez con las palabras "Gente
pensando". Ninguno de los grupos percibió conscientemente los mensajes y,
sin embargotal como se comprobó más adelante, el efecto fue el aumento de la
depresión en el primer grupo y ningún cambio en el segundo.
No
pasaría mucho tiempo antes de que las agencias de publicidad se dieran cuenta
de que el uso de la "información adicional" con la que Vicary y
Silverman se estaban metiendo era partoicularmente aplicable en su campo, y se
sintieron gratamente sorprendidos al descubrir que el mensaje oculto ni
siquiera tenía que relacionarse directamente con el producto que vendían. De
hecho, todo lo que aparentemente se requería era que el mensaje atrajera de
alguna manera al sujeto hacia el tema.
De ahí, no fue difícil saltar a la conclusión de que la idea de
"sexo" sería especialmente grata para la mayoría de los consumidores.
Entonces, comenzó a urdirse un siniestro plan: permitir que la mente
subconsciente del espectador escogiera las palabras, sonidos o imágenes y
enviara "pensamientos agradables" a la mente consciente,
influenciando así al consumidor para que comprara el producto.
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